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Ni siquiera Cristo eligió él mismo ser sumo sacerdote, sino que Dios lo eligió y le dio ese honor cuando dijo:

«Tú eres Hijo mío, yo te he engendrado hoy».

Y en otra ocasión le dijo:

«Tú eres sacerdote eterno, de la misma clase de Melquisedec».

Cuando Cristo estaba en la tierra, con voz fuerte y muchas lágrimas ofreció ruegos y súplicas a Dios, quien podía librarlo de la muerte. Y Dios escuchó sus oraciones en virtud de su ferviente deseo de obedecer a Dios.

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